Nacional
15 balazos para matar al Pirata de Culiacán
Juan Luis Lagunas Rosales no tenía nada. Vivía con su abuela porque su madre lo abandonó cuando era pequeño y a su padre ni lo llegó a conocer. Nació en Villa Juárez (Navolato, Sinaloa), un municipio ubicado en el triángulo del narcotráfico mexicano, a una hora y media de la tierra de Joaquín El Chapo Guzmán. Cuando tenía 15 años se fue a Culiacán para buscar una vida mejor. Se dedicó un tiempo a lavar carros y ahí pronto conoció a los que serían sus máximos promotores: hombres armados, mujeres explosivas, grandes camionetas. Y que comience la fiesta. Enseguida comenzaron a llamarlo El Pirata de Culiacán, por su capacidad para integrarse en aquel sórdido universo donde lo único que importaba era la cantidad de litros de alcohol que era capaz de ingerir un menor de edad. Al principio todo eran risas. Hoy ha amanecido brutalmente asesinado en un bar de Tlaquepaque (Guadalajara, Jalisco). Su cuerpo enfrentó hasta 15 impactos de bala.
Todo comenzó con unos vídeos espontáneos de aquellas fiestas. Un menor de edad, de 17 años, ebrio y con sobrepeso que pronunciaba frases inconexas. Risas. "Ahí nomás quedó", era su lema. Una frase ambigua que se difundió entre los adolescentes mexicanos. Humor fácil y más risas. La única clave de aquellos vídeos aparentemente desternillantes para algunos era que él estaba al borde del coma etílico y sus compañeros, que casi nunca aparecían frente a la cámara, le iban dictando cada frase como si se tratara de un mono de feria. Sus publicaciones no muestran otra cosa que mujeres desnudas, armas y alcohol. Todo era gracioso, hasta que se metió con el líder de uno de los grupos criminales más sanguinarios de los últimos años.
"El Mencho a mí me pela la verga". Pocos en México pueden presumir de haber pronunciado una frase así en público y haber salido airosos. En un país donde solo en este año han asesinado a al menos 12 periodistas por defender con su vida la libertad de expresión y el derecho a la información, las declaraciones de este joven se movían en la flexible línea que marca la narcoviolencia.
El Mencho es Nemesio Oseguera Cervantes, líder del Cartel Jalisco Nueva Generación, un grupo delictivo con menos de una década de actividad. En poco más de cuatro años pasó de ser una célula al servicio de Joaquín El Chapo Guzmán, a convertirse en la organización criminal más poderosa y con mayor presencia en el país. Ha ido creciendo a la sombra de otras mafias más conocidas como Los Zetas, Sinaloa o Los Caballeros Templarios. Mientras las fuerzas de seguridad se centraban en romperles el espinazo a los grandes carteles, el Cártel Jalisco Nueva Generación, se iba apoderando, como un reptil, de los nichos que abandonaban sus enemigos. En septiembre de 2011, el emergente cartel dejó en Boca del Río (Veracruz), en el corazón del territorio zeta, su carta de presentación: 35 cadáveres sobre el asfalto de la avenida Ruiz Cortines. La masacre les valió el apodo de matazetas.
Como suele ocurrir en este tipo de sucesos, la información más certera son aquellos 15 casquillos percutidos. Un informe de la Fiscalía local explica que alrededor de las 11.00 horas de la noche de este lunes, en un local de música norteña, unos hombres armados irrumpieron a balazos y se enfrentaron directamente con El Pirata. Pero en su camino se llevaron por delante la vida de un empleado de 25 años que estuvo agonizando hasta fallecer en el hospital de madrugada. "Los sujetos huyen con rumbo desconocido", y fin del comunicado.
No importa que el bar probablemente tenga cámaras de seguridad, que los agresores cometieran el acto, como es común, a rostro descubierto. Allí nadie ha visto nada. Y silencio. En un país donde el 90% de los delitos no se denuncia, nadie quiere ser el que señale a unos hombres capaces de pasearse por un barrio mítico de Guadalajara, joya de México, con armas propias del Ejército. Y el país, sacudido por las cifras de homicidios más altas de su historia —más de 78 al día—, soportará un número negro más antes de que acabe el año. Este tiene un nombre propio: el de un joven seducido por el poder del narco, Juan Luis Lagunas Rosales, El Pirata de Culiacán.
Juan Luis Lagunas Rosales no tenía nada. Vivía con su abuela porque su madre lo abandonó cuando era pequeño y a su padre ni lo llegó a conocer. Nació en Villa Juárez (Navolato, Sinaloa), un municipio ubicado en el triángulo del narcotráfico mexicano, a una hora y media de la tierra de Joaquín El Chapo Guzmán. Cuando tenía 15 años se fue a Culiacán para buscar una vida mejor. Se dedicó un tiempo a lavar carros y ahí pronto conoció a los que serían sus máximos promotores: hombres armados, mujeres explosivas, grandes camionetas. Y que comience la fiesta. Enseguida comenzaron a llamarlo El Pirata de Culiacán, por su capacidad para integrarse en aquel sórdido universo donde lo único que importaba era la cantidad de litros de alcohol que era capaz de ingerir un menor de edad. Al principio todo eran risas. Hoy ha amanecido brutalmente asesinado en un bar de Tlaquepaque (Guadalajara, Jalisco). Su cuerpo enfrentó hasta 15 impactos de bala.
Todo comenzó con unos vídeos espontáneos de aquellas fiestas. Un menor de edad, de 17 años, ebrio y con sobrepeso que pronunciaba frases inconexas. Risas. “Ahí nomás quedó”, era su lema. Una frase ambigua que se difundió entre los adolescentes mexicanos. Humor fácil y más risas. La única clave de aquellos vídeos aparentemente desternillantes para algunos era que él estaba al borde del coma etílico y sus compañeros, que casi nunca aparecían frente a la cámara, le iban dictando cada frase como si se tratara de un mono de feria. Sus publicaciones no muestran otra cosa que mujeres desnudas, armas y alcohol. Todo era gracioso, hasta que se metió con el líder de uno de los grupos criminales más sanguinarios de los últimos años.
“El Mencho a mí me pela la verga”. Pocos en México pueden presumir de haber pronunciado una frase así en público y haber salido airosos. En un país donde solo en este año han asesinado a al menos 12 periodistas por defender con su vida la libertad de expresión y el derecho a la información, las declaraciones de este joven se movían en la flexible línea que marca la narcoviolencia.
El Mencho es Nemesio Oseguera Cervantes, líder del Cartel Jalisco Nueva Generación, un grupo delictivo con menos de una década de actividad. En poco más de cuatro años pasó de ser una célula al servicio de Joaquín El Chapo Guzmán, a convertirse en la organización criminal más poderosa y con mayor presencia en el país. Ha ido creciendo a la sombra de otras mafias más conocidas como Los Zetas, Sinaloa o Los Caballeros Templarios. Mientras las fuerzas de seguridad se centraban en romperles el espinazo a los grandes carteles, el Cártel Jalisco Nueva Generación, se iba apoderando, como un reptil, de los nichos que abandonaban sus enemigos. En septiembre de 2011, el emergente cartel dejó en Boca del Río (Veracruz), en el corazón del territorio zeta, su carta de presentación: 35 cadáveres sobre el asfalto de la avenida Ruiz Cortines. La masacre les valió el apodo de matazetas.
Como suele ocurrir en este tipo de sucesos, la información más certera son aquellos 15 casquillos percutidos. Un informe de la Fiscalía local explica que alrededor de las 11.00 horas de la noche de este lunes, en un local de música norteña, unos hombres armados irrumpieron a balazos y se enfrentaron directamente con El Pirata. Pero en su camino se llevaron por delante la vida de un empleado de 25 años que estuvo agonizando hasta fallecer en el hospital de madrugada. “Los sujetos huyen con rumbo desconocido”, y fin del comunicado.
No importa que el bar probablemente tenga cámaras de seguridad, que los agresores cometieran el acto, como es común, a rostro descubierto. Allí nadie ha visto nada. Y silencio. En un país donde el 90% de los delitos no se denuncia, nadie quiere ser el que señale a unos hombres capaces de pasearse por un barrio mítico de Guadalajara, joya de México, con armas propias del Ejército. Y el país, sacudido por las cifras de homicidios más altas de su historia —más de 78 al día—, soportará un número negro más antes de que acabe el año. Este tiene un nombre propio: el de un joven seducido por el poder del narco, Juan Luis Lagunas Rosales, El Pirata de Culiacán.
El País