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México resucita la cultura chicana en tiempos de Trump

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México resucita la cultura chicana en tiempos de Trump

La capital mexicana profundiza en las complejas expresiones de la identidad fronteriza a través de un inédito taller literario y la primera exposición en

La capital mexicana profundiza en las complejas expresiones de la identidad fronteriza a través de un inédito taller literario y la primera exposición en 

Una calle cualquiera de Los Ángeles en 2010: gente saliendo de las tiendas, coches detenidos ante el semáforo en rojo. Y de repente, un grupo de bigotones de piel curtida, rifles al hombro y cinturones de balas cruza la calle montados a caballo como el ejercito de Pancho Villa.

El efecto de extrañamiento que busca la videoinstalación de un museo de la capital mexicana es parecido al que notaba Tania Román, 32 años, en la mirada de sus amigos estadounidenses cuando vivía en un suburbio californiano con su familia. “Los chicanos eran vistos como gente que trabajaba en el campo, que estaban ahí solamente para eso. No sé si les miraban como menos, pero si como diferentes. Incluso para mi, que soy mexicana, eran diferentes”, recordaba este martes sentada en una clase de un taller de literatura chicana.

En la pizarra hay proyectado un fragmento del libro que están estudiando: “Somos invisibles en una ciudad guiada por la purpurina, las grandes pantallas y los grandes nombres. En todo este glamur no caben nuestros nombres, nuestras caras. El lema “este no es tu país” resuena durante toda nuestra vida”.

Una exposición y un taller. Construyendo puentes. Arte chicano de Los Ángeles a Ciudad de México; y  Literatura chicana y fronteriza ¿de aquí o de allá?, albergadas en dos prestigiosas instituciones privadas y públicas, han coincidido sin premeditación este otoño entre la amplia oferta cultural de la capital mexicana, apuntando a una angustia y un deseo a los dos lados de la frontera.

“Desde la llegada de Trump, el Gobierno mexicano parece que está prestando más atención a los problemas de nuestra comunidad en EE UU, pero nosotros llevamos décadas tratando con esto. Hay que buscar la manera de establecer vínculos entre México y nosotros, crear una estructura a largo plazo”, defiende por teléfono Cástulo de la Rocha, abogado, empresario y coleccionista de arte en EE UU, hijo de braceros chihuahuenses –la masiva oleada de agricultores mexicanos en los 40– que ha cedido la mayor parte de las 70 piezas de la muestra del Museo de Arte Carrillo Gil, organizada con el apoyo de la Secretaría de Cultura y la Universidad de California.

La agresividad xenófoba de Trump ha trascendido los ataques verbales. Durante el primer semestre del año, la administración republicana deportó a 109.296 ciudadanos mexicanos, un 42% más que el mismo periodo del año anterior. La muestra del Carrillo Gil es la primera exposición sobre arte chicano que alberga la capital mexicana en 14 años.

Para el centro público que imparte el taller, también es su primera vez con la literatura chicana. “A parte del ámbito estrictamente académico, no hay mucho espacio para estas disciplinas. Estamos haciendo un esfuerzo por atender a las expresiones que no están dentro del canon”, explica Alberto Rodríguez, director del Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia.

Fuera del canon. Fuera físicamente de México y simbólicamente también fuera de EE UU. En el margen, atascados en una identidad de frontera. “A través de generaciones y generaciones, lo chicano se refiere más bien a una suma de identidades. No son mexicanos pero en EE UU tampoco se sienten estadounidenses”, explica Paula Duarte, directora del Carrillo Gil.

La tensión dentro-fuera aparece en la repetición del motivo de la casa durante la muestra. Las estampas al oleo rígidas y simétricas de Salomón Huerta, o los detallistas jardines traseros con cactus y agaves al pastel de Ana Serrano. “Dentro –añade la directora del museo– es el rastro mexicano, la familia, la comida, las fiestas tradicionales. Fuera, la diáspora, la ajenidad, la perdida, la violencia, los modismos”.

Conflicto en ambos lados. Ya desde los pachuchos, la primera subcultura de los migrantes mexicanos en los 40, comenzaron las fricciones. “Se rebelaban contra la moralidad puritana de sus familias. Y a la vez chocaban contra el alistamiento militar estadounidense durante la segunda guerra mundial”, explica la politóloga y traductora María Cristina Hall, profesora del taller literario. El óleo de Frank Romero The closing of Whittier Boulevard, colores chillones, trazo expresionista, es un testimonio de uno de estos legendarios choques: en 1979 la policía angelina llegó a cortar calles enteras para evitar las carreras de Low riders, coches antiguos retocados para estilizarlos al máximo.

La eclosión de arte chicano prende en los sesenta, al calor de los movimientos por los derechos civiles de la comunidad negra y las protestas por la guerra de Vietnam. El mural de ocho por tres metros que inaugura una de las salas de la muestra da cuenta de los orígenes. Facturado en 1994 por Los Four, uno de los colectivos seminales, es un homenaje al grafiti, pero también a la tradición del muralismo mexicano. “Parten de ahí –añade la directora del museo– pero también existe una voluntad muy marcada de superar el cliché del arte popular o underground y avanzar en todos los lenguajes del arte contemporáneo: instalación, performance, videoarte, etc”. El precio de mercado de las obras de los autores más consolidados supera los 70.000 dólares.

El anhelo de raíces, la conexión con el pasado, incluso prehispánico, es otra de las constantes culturales chicanas. En el libro que estudian en el taller, Always running. La vida loca: gang in L.A. (1993) de Luis J. Rodriguez, una novela de iniciación sobre un cholo abriéndose paso en la jungla de las bandas a golpe de corazón y espanglish —in the barrio, the chavas, with sangra, some guantes, don´t go prieto— hay un pasaje donde el protagonista se contagia de hongos en los pies por su trabajo de limpiador de coches. Los médicos no son capaces de curarle y acude a su tío Kiko, quien le trata con ungüentos y cantos rituales.

“Existe un tipo de magia que me hace sentir especial, que me hace mirar a mi madre y a mi tío de ascendencia india y creer en el poder una civilización largamente despreciada, pisoteada y humillada. Jesucristo era un hombre moreno. Un indo mexicano. Un curandero”.

EL PAÍS

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